La Mula y el Pura Sangre

En una granja vivían dos animales singulares: una mula radiante, altiva, alegre; y un caballo pura sangre de descendencia árabe, que por su forma de pararse y conducirse, parecía mas bien un animal de trabajo y de carga. A la mula le gustaba ir a la pista de carreras para dar la vuelta en el tiempo más corto que se pudiera, y festejaba ruidosamente cada que bajaba un minuto o dos en su record anterior. Y decía:

- ¡Por eso las mulas somos mejores que los pura sangre para correr, ya que fuimos hechos para romper todos los records de velocidad que hay!

Sin embargo, el pura sangre era obligado a hacer trabajos de carga como jalar el arado, el carruaje o llevar en el lomo pesados sacos de tierra.

A la mula se le daba de comer los mejores pastizales, manzanas, zanahorias y yerbas selectas. Al pura sangre, rastrojo seco y cañas viejas.

Cabe señalar que el dueño de la granja era un hombre solitario, ya que su esposa había fallecido hace algunos años y tenía un gran defecto: era muy terco, porque aunque sabía que era miope, no lo quería reconocer, por lo cual no usaba lentes, y aunque chocaba muy seguido con los objetos, lo disimulaba aguantándose el dolor que estos golpes le provocaban.

Confundía los objetos. La sal con el azúcar, la crema con la pintura, los arbustos con las personas; por lo mismo, desde que llegaron a su granja la mula y el pura sangre, no pudo distinguir la diferencia entre uno y otro, ya que desde que eran potrillos, trató al pura sangre como una mula y a la mula como un pura sangre.

Un buen día, la mula estaba corriendo altiva en la pista de carreras, segura de que era la más veloz de todos los animales. Se acercó al pura sangre, ya que en ese momento le dejaron descansar de las pesadas faenas. Al observarlo, la mula fanfarrona le dijo:

- Te juego una carrera para que veas quien es la reina de la velocidad. - Exclamó soberbia.

El pura sangre le contestó:

- Ya sé que eres más veloz que yo; por lo mismo, el amo te da mejor comida y trato que a mí. No tiene caso correr contigo, sé que me vas a ganar. - Respondió temeroso.

La mula irónica respondió:

- Hagamos una carrera de amigos sólo para distraernos.

El caballo, temeroso, aceptó y entró a la pista, no sin antes agachar sus orejas por la gran inseguridad que le provocaba aquel duelo. La mula se puso a su lado y le dijo:

- El que dé la vuelta más rápida a la pista es el que gana. Lo haremos sólo para divertirnos.

El pura sangre asintió con la cabeza, se colocó esperando la señal para salir. La mula contó en voz alta diciendo:

- A la una, a las dos y a las... ¡tres!

Los dos animales arrancaron de tajo, aventando sus cuerpos hacia adelante. La mula, segura de si misma, empezó a aventajar al pura sangre, ya que ella creía que era más veloz que su oponente. El pura sangre empezó a dar los primeros pasos con grandes tropiezos. En ocasiones parecía que se iba a caer el animal de descendencia árabe y sangre de campeón.

El pura sangre empezó a sentir como su cuerpo se llenaba de una energía muy especial que invadía todo su cuerpo, y observó como sus piernas una a una empezaban a tomar un ritmo armónico que hacia que poco a poco fuera aumentando su velocidad.

Mientras tanto, la mula corría orgullosa y segura de la victoria, ya que sabía que aquel animal llamado pura sangre no le podía ganar.

Poco a poco, el pura sangre daba pasos más grandes hasta empezar con un galope tan rápido que el mismo se espantaba de la maravillosa velocidad que le daban sus piernas. La distancia entre la mula y el pura sangre se fue acortando rápidamente hasta que en un abrir y cerrar de ojos...

De repente...

Final 1

... el pura sangre vio a lo lejos al amo que observaba aquella carrera con cara de enojado y haciendo señas diciendo:

- ¡Maldito caballo! ¡Eres lento como una mula! ¡Sal de ahí! ¡Tú no naciste para correr!

Al oír esto, el caballo se detuvo inmediatamente y empezó a tropezar nerviosamente, dejando que la mula ganara la carrera.

Final 2

... el pura sangre rebasó a la mula con el aplauso y alharaca del amo, que al ponerse unos viejos lentes que tenía guardados, pudo observar la carrera y admirar el maravilloso porte de su pura sangre y darse cuenta, por fin, de lo valioso y extraordinario que era su animal.

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